Empieza mi último día en el Camino. Y empieza pronto, a las cinco y media estoy despierto con los ojos como platos. Me invade el cuerpo una emoción muy difícil de explicar. Es una mezcla de alegría por acabar, y al tiempo de pena porque se acaba. Es acordarme de los que habéis venido conmigo en la mochila, los que estáis y los que ya no están. Es un deseo enorme de pisar la plaza del Obradoiro y ver el sepulcro del Apóstol. Es... ser un pobre peregrino que da gracias por haber llegado hasta aquí. Gracias.
Me visto despacio, y saco del fondo de mi mochila una bolsa que ha venido conmigo todo el Camino. Es un pañuelo de mi madre. Hola mamá, hoy vamos a ver a Santiago. Me lo anudo al cuello. Inútil decir que se me escapa una lágrima, o dos.
Piso la calle. Chispea, me meto en una cafetería cercana al Hostal a tomar un café. A las ocho y poco me pongo en marcha, última etapa. Salgo de O Pedrouzo aún de noche, aunque ya va clareando. No llueve, el cielo contiene la respiración. El Camino vuelve a atravesar bosques de robles y castaños, en cada cruce de caminos un mojón indica el rumbo correcto, y la distancia. 19 kilómetros... 18... 17...
Y con esto... se acaba este Camino. Dicen que el verdadero Camino empieza en Compostela. No lo sé. El tiempo dirá el poso que dejan en mí estos 23 días que no olvidaré jamás. Ni siquiera sé si podría responder a las preguntas que me hacían antes de partir: ¿Por qué lo haces? ¿Qué buscas? ¿Estás loco? (A esta creo que sí podría responder 😄).
Porque al final, ¿qué es el Camino? Si le preguntamos a la RAE, nos dará varias respuestas:
Y sí, el Camino es todas esas cosas. Son esas sendas polvorientas que cruzan la vieja Castilla. Y los senderos pedregosos de los Montes de León. Y las corredoiras que suben al puerto de O Cebreiro. Los infinitos campos castellanos, los maravillosos bosques gallegos, las imponentes catedrales, las humildes iglesias de aldea. El amanecer inmenso de Foncebadón. Todo eso es Camino. Y también lo son las flechas amarillas, benditas flechas amarillas indicando la dirección correcta. Y lo son los albergues, hostales, lavanderías, restaurantes, bares y todos los mil y un negocios que han crecido al calor del Camino. Pero esa no es más que la parte material del Camino. Porque el Camino tiene alma. El "¡Buen Camino!", la sonrisa entre los peregrinos, tender una mano para ayudar a cruzar un paso complicado. Las miles de manos anónimas que pintan y repintan las flechas amarillas, y algunas veces escriben una palabra de ánimo, o una frase que te pinta una sonrisa o te emociona en lo más hondo. Las hospitaleras de Santervás que me dieron un café. Mi burrito Platero que vino a que le acariciara camino de Simancas. El hostalero de Pedrajas que me contó su Camino y me invitó a desayunar. Los callos de Trabadelo obsequio de Paloma. La misa del peregrino en Sarria, el día del cumpleaños de mi madre. El peregrino Juanlu, que me abrió las puertas de su casa para "dar de comer al hambriento". Edu "Commedia", que se vino corriendo a la iglesia de Santiago en Madrid para darme un abrazo y acompañarme un rato. Todos los que habéis estado al otro lado siguiendo mis aventuras y desventuras. Los mensajes de mis hijas. El apoyo indesmayable de Belén, mi chica, mi amor, que se vino hasta León para compartir un día y una noche con este peregrino, y ha compartido conmigo la emoción de llegar al Obradoiro. Todo eso es Camino.
Para mí el Camino somos los peregrinos y los que cuidan de nosotros. El Camino somos todos los que lo caminamos, lo sufrimos, lo disfrutamos, lo reímos, lo lloramos, lo sudamos, lo cantamos, lo rezamos. El Camino, en fin, somos todos los que, cada día, lo vivimos y soñamos.
Porque lo demás, caminante, son sólo estelas en la mar.